Niños rociando gato con gasolina by Alberto Torres Blandina

Niños rociando gato con gasolina by Alberto Torres Blandina

autor:Alberto Torres Blandina [Torres Blandina, Alberto]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2009-05-02T00:00:00+00:00


, 4’ 33”

Llegamos tarde, dice Joa cuando el taxi arranca. Siempre llegas tarde, le responde Iván, sonriente. Hoy nada le puede quitar la sonrisa. Sólo tiene veintitrés años y va a exponer en una de las galerías más importantes de Madrid. Todo gracias a Joa. Lo dice: Gracias… Lo dice de pronto, rompiendo el silencio. El taxista los observa por el retrovisor. ¿Gracias por qué?, responde su acompañante. Gracias por creer en mí. Sin tu confianza nunca habría podido exponer mi obra. Joa no responde. Podría decirle que su obra es una verdadera tomadura de pelo, que lo eligió justamente por sus pocas aptitudes para la pintura y, principalmente, para el arte conceptual del que él se considera un nuevo epígono. Ni siquiera sabe lo que significa «arte conceptual», piensa Joa. Por supuesto sigue en silencio. E Iván sigue sonriendo. Lo conoció en un concierto del músico John Cage. Tras escuchar diferentes composiciones para «frutos secos y arroz» o para «gotas de agua», llegó la famosa 4’ 33”. Un pianista salió al escenario, se sentó frente al piano, levantó la tapa, preparó las partituras y esperó inmóvil durante cuatro minutos y treinta y tres segundos exactamente. Tras este tiempo se levantó, saludó —⁠acompañado de los tímidos aplausos de un público desconcertado⁠— y desapareció entre bambalinas. Para Joa fueron cuatro minutos y medio de verdadera belleza. Cuatro minutos y medio en los que los más leves sonidos del silencio se unían en acordes y cadencias sutiles. Una tos al fondo de la sala, los estertores lejanos de una cañería, el viento contra las ventanas, un frenazo en la calle, su vecino rascándose la nuca. El silencio estaba vivo e imponía sus propios ritmos, su propia partitura. Todavía absorta en la experiencia salió a la calle y se metió en una cafetería, donde eligió una pequeña mesa desde la que escuchar otros 4’ 33” de vida. Los instrumentos del concierto eran la máquina de café, la puerta del baño, diferentes voces humanas y el sonido de la tragaperras. Demasiado jaleo, pensó, incapaz de concentrarse como lo había hecho en el auditorio. Entonces entró él. Entró con un amigo y se sentó en la mesa de al lado. Por su aspecto se veía que eran artistas. Iban vestidos como visten los artistas cuando nadie los considera artistas. ¡Me encanta John Cage!, dijo Iván a su interlocutor. Joa dejó de escuchar el allegro aleatorio de la cafetería para concentrarse en las palabras del joven. Nos ha tenido más de una hora oyendo cómo suena una mano al meterse en una bolsa de arroz o cómo un pianista no toca. ¡Y todos hemos pagado por verlo! Joa sonrió para sí. Le habría explicado que el concierto 4’ 33” partía del concepto de vacío del budismo zen. Le habría explicado muchísimas cosas más. Pero no lo hizo. ¿Habéis estado en el concierto?, preguntó simplemente. A los diez minutos estaba sentada con ellos hablando sobre pintura. A los once Iván le hablaba de la gran obra conceptual que estaba preparando. A los quince Joa les confesaba que era galerista y se dedicaba a encontrar nuevos talentos.



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